quinta-feira, 23 de abril de 2009

Lia vence

Por momentos penso
Que estranho,
parece que quando Lia vence,
não é ela que o sente.

Como pode a vencida 
sorrir-lhe como cúmplice,
e brilhar muito mais
do que a própria vencedora?

Observo como ao vencer 
Lia permanece triste.
Será que Lia mente? 
Ou será que a vencida não existe?

Ana Roseira, S. Miguel, Açores




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segunda-feira, 20 de abril de 2009

Sofia

Sofia levanta-se e reclama:
como pudeste pensar
que ao contrário de ti
eu pudesse ser
apenas eu própria?!


Eu julgara-a perdida 
à sua nascença,
buscava um sentido
para um desaparecimento
tão precoce.

De repente ela surge,
levanta-se e reclama:
como pudeste esquecer
que todo o conhecimento
se pensa a si,
sem a tua vigilância?! 

Eu disse apenas: 
Sofia, desculpa.
não penses que duvido
de seres bem mais vasta 
do que a minha fantasia.

Ana Roseira, S. Miguel, Açores


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sexta-feira, 3 de abril de 2009

El Taumaturgo

He estado perdido en un cuento. Fui a Lisboa y estuve vagando por las calles con las intenciones de encontrar alguna aventura que me sacara del aburrimiento. Realmente no tenía un tedio espectacular, solo ese fastidio ocasional que me hacia asomarme por la ventana de la pensión a la cual llegué. Me pregunté (como una imitación barata de cronopio) cuantas y de de que formas miles de personas, cientos de personas, multitudes de personas se encontraban en ese momento haciendo cosas descabelladas sin lógica alguna, cuantas fiestas y borracheras me estaba perdiendo, cuantos besos, cuantas caricias, cuantas posibilidades de sexo. Esos actos para mi, extraordinarios debían de ser perseguidos por una curiosidad lujuriosa que yo en el trayecto del tren había estado perdiendo.

Digamos que la noche que llegue a Lisboa me sentí como un marinero derrotado que llegaba a un nuevo puerto sin grandes esperanzas, sin aguardar siquiera un amor o un suceso fuera de lo común, con muchos pesares y asumiendo su existencia con deber y responsabilidad.



Desde que baje del tren me di cuenta de que ese no podía ser yo, que me faltaba algo para estar completo. Pensé en una botella de vino corriente para por lo menos estar ebrio, pensé en ir a masturbarme al baño de la estación, tal vez y de esa forma podría aliviarme de la carga que el esperma implica en mi cuerpo y que para ese momento afirmé, significaba el excedente de energía que hacía sentirme sobrado y mal humorado. No se lo he dicho a nadie pero sino no me masturbo por lo menos dos veces al día, experimento una sobre carga de espíritu, que para mi vida llena de banalidades es una carga insoportable. Hay que dejarse llevar por el instinto digo yo, alimentar la imaginación y satisfacerla. De esa manera imaginativa, sentía estar plenamente seguro de que nadie iba a poder acercarse a mi campo de concentración sentimental y a la vez estaría con la mujer que mi imaginación quisiera, así la vida real, en la que me desenvolvía, solo estaría como lo había estado hasta esos días, llena de recuerdos y fantasmas picando piedra en los las mazmorras a los que los había condenado. Ese precisamente era el problema, que estaba encerrado que no estaba abierto a la paz que una mujer podía ofrecerme ¿Pero cual era esa paz, si según mis pobres conclusiones más bien había perdido tanto dejando llevarme por ellas a una guerra sin vencedores de la que había quedado solo como prisionero de mi mismo?

No me iban a enseñar mucho más allá del concepto “decepción” supongo y la mayoría que había conocido, cuando yo hablaba de la maravilla que puede otorgar la futilidad, el amor libre, la noche ocasional, estaba contestando a la par de lo que les decía y sin que de mi parte les hiciera mucho caso, del príncipe azul montado en un caballo blanco, que las salvaba de la bruja malvada. Las mujeres tienen un cuento de hadas en la cabeza, yo uno de terror.
Las más realistas aseguraban su futuro pensando en el universitario brillante, lleno de títulos. El profesionista con porvenir (¿porque siempre caigo con estudiantes y no con mujeres de verdad?) que de la mano las lleva a entrar al difícil mundo de los deberes y ser “alguien” Eso no es para mi, yo no soy alguien, quisiera ser una persona pero en la vieja acepción de la palabra, (a la griega) es decir alguien capaz de seducir, de mentir y engañar, un personificador, alguien que asume que la vida es un teatro y a lo mucho piensa que la dramaturgia es la solución de sus conflictos. Siempre hay un segundo acto, siempre hay la posibilidad del fracaso pero también queda sobre entendido que todo es una escenificación y que quienes están en la escena aceptando las reglas de la pieza, son actores ala par de mí, y tras bambalinas nos vamos a reír de nuestras actuaciones, con oportunidad de volverlas a ensayar mejorándolas para que suenen más reales.

Ya sé que no es así, ya sé que no será así por eso hubiera sido prefe-
rible en este momento un buen libro, por ejemplo no me iba a ir nada mal terminar el que llevé conmigo: "el perro rabioso de Roberto Arlt", que habla de cuatro formas de fracasar, ladina, injusta, difícil y matreramente. Sin embargo sentía que no tenía tiempo para leer algo que experimentaba.

Si alguien me preguntara que es lo que opino de Lisboa (nadie lo hizo) yo diría que me impresionó el barrio alto en donde a ojo de buen cubero calculé unos doscientos bares que se intercomunicaban por los recorridos que a la celorio la gente iniciaba. Cada esquina por cierto estaba bien cuidada por traficantes atentos que no perdían la ocasión para ofrecerte sus estupefacientes. Esa señores, es cantidad, variedad y calidad en la oferta de servicios.
La cuidad esta llena de cosmopolitismo, una marea de colores de piel, de indumentarias. Una mezcla de ciudad árabe por sus barrios apretujados y callejuelas estrechas, contrasta con los muros blancos, de las ruas principales grandes abiertas y largas, con capacidad para darte respiración de boca a boca, si un dejo de oscuridad para ese momento te roba el aire; llena de influencias mediterráneas, atravesadas por la historia de incendios recientes, pestes antiguas y temblores que sirvieron como pretexto para reconstruirla con planes megalómanos de diseño arquitectónico. Un espíritu de cultura misterioso, más latino, digamos que una buena terminación para el clima continental europeo lleno de chauvinismos.


No fui a ningún museo, mucho menos me enteré de las exposiciones de gran talla que en ese momento hubieran estado tras los reflectores. Fui a acompañar a un amigo escritor a recibir un premio. Fui a perderme con ganas de no regresar más, con ganas de evaporarme, de hacerme añicos en una especulación absurda y sin sentido de lo que sería de mí en unos cuantos años en los que yo a diferencia de todos esos escritores que vi, no publicaría absolutamente nada. Esa vaguedad solo era solucionada cuando me decía a mi mismo que acontecería todo aquello y más gracias a que me convertiría en un perseguido, en un escritor marginal, en un poeta de cantina, en suma; un mamarracho triste aplazado por sus intenciones de diversión.

Eso sí, no tenía el menor pelo en la boca para gritarle a organizadores y burócratas de esos eventos, a los casa talentos, que buscaran en las calles con los mendigos, que se fueran a los puertos se metieran a los barcos y sacaran a los polizontes, que se metieran a lo psiquiátricos y a las cárceles y tal vez de ahí sacaran buenos escritores para explotarlos. Sin duda quería más, quería ser también aquel que retaría a los jóvenes escritores, a las futuras promesas que iban a ser entrevistados, a los que se les iba a pedir cuenta de su posición sobre el arte y la literatura, a un debate de tasca, los desafiaría a una competencia de garganta profunda, a ver quien podía beber mas tragos y declamar un tomo entero de En la búsqueda del tiempo perdido, sostenido en un pie y dando pequeños saltos. Pero no lo logre, en cambio si pude hartar a mi amigo que se canso de mi ánimo bruto, de mis exigencias absurdas, de mis ganas de diversión a ultranza.

Lo llevé hasta el límite y fue preferible para él pedirme que saliera de la pensión, a darme una vuelta porque él estaba cansado pero ello no implicaba que yo, no pudiera ir por ahí a sacar todo mi estrés, todo mi esperma acumulado, todo mi aburrimiento. Por supuesto que tuvo que darme dinero para eso, porque encima no llevaba ni un quinto. Todo ese tiempo estuve exigiendo música, baile, dos inglesas semidesnudas en el cuarto, marihuana, una garrafa de vino, cigarros o porque no, un pase de cocaína, con la mano extendida como si el fuera mi padre y tuviera la responsabilidad de hacerme feliz. Tome mi saco, mis cartas mi revolver (nunca salgo sin él) y me despedí de mi amigo. Todo menos el encierro, todo menos dormir, yo jamás tengo sueño, yo siempre quiero más.






Iham Artaki, según él arménio que termino aceptándose Turco, me condujo por la rua de Gáveas hasta alcanzar la esquina que daba de frente a la rua T. d. Quemaida ahí doblamos a la izquierda para continuar por un pequeño pasillo que abriéndose a una lateral hacia una i griega que rozaba una pequeña capilla del lado derecho, pasando la capilla unas escaleras diminuían nuestro nivel sobre aquella punta en asenso del barrio alto hacia sitio poco menos que lúgubre. Esta es mi casa dijo con voz enredada.

Iham había perdido nuestra apuesta, el dijo que sin temor alguno le echara las cartas, que si lo que le dijera tuviera algo de verdad, el me daría a cambio dos años de vida. Aún yo no estaba borracho, eso si, ya iba por la quinta cerveza. Creí entender que no me ofrecía uno porque los números impares no eran de su dominio y no me podía dar más de dos porque el esfuerzo que ocuparía sería sobre humano. No me reí porque aquel hombre pasaba de los cincuenta años y a mi me enseñaron a respetar a los mayores.

Más no por eso iba a dejar de preguntarle: ¿Cómo iba a saber que viviría dos años más si aún no sabía que día me moriría? Pues es fácil-respondió, tan sencillo como decirte que día te vas morir. Sí le dije pero eso no tiene chiste, no es comprobable, como si es, lo que yo te voy a decir.

Tenía cara de perro lanudo, más bien tenía cara de coyote haciéndose pasar por chivo, lo veía como un chivo cabrío parado en dos patas sobre un pentagrama, siendo adorado por otras cabras ignorantes de que en un descuido se las comería, porque en realidad era un coyote. La nariz se le caía al final de la punta y hacia parecer que los labios se le embrollaban en un bigote que no se podía dejar de ver, al que era necesario poner un concepto. No encontré otro: heteróclito, del grosor y brevedad al estilo de Chaplin y terminaciones un poco absurdas a la Salvador Dalí, la barba en un principio guardaba buen volumen pero se descomponía; una mezcla malsana entre los algodones de Walt Whitman y los alambres Ramón de Valle -Inclán, sin dejar de insinuar otra amalgama resistente a perder la juventud: la barba de Rob Zombie ancha, tétrica y la barba del vocalista de Sistem of a Down armenia-emigrante-resistente. Su quijada faraónica no alcanzaba a librarse de ese manojo de influencias de irresolución y fealdad; se perdía, no sin proyectar esa mole de pelos bajo de su mentón formando un holograma lleno de interferencias. Cualquier beatitud o relación que se le da a la barba larga con la sabiduría se acababa en ese espacio de sombras y pelos pintados de blanco por la oxigenación del tiempo, en ese marasmo de pelos achicharrados y amarillentos por efecto de los rayos del sol y el uso indiscriminado de tabaco.
La mitad de sus palabras eran legibles por el movimiento de sus labios, la otra mitad no se alcanzaba ver y solo se podía escuchar. Yo no hablo con la gente para hacer de cuentas que me comunico por teléfono, me gusta ver las palabras que me dicen. Desconfío de las personas a las que no puedo verle los labios. Sin duda ese remedo de Bin Laden no era de fiar.

Dos sotas y un rey. De lado izquierdo la sota de espadas y del lado derecho la de copas. En medio él el rey de bastos. Entonces le presumí que en la cartomancia yo era más que bueno, le afirmé que con solo tres cartas podía decirle como su vida estaba en ese momento y no le prometía como él vida o cualquier tontería que solo un loco podría prometer. Era claro ahí estaba él el rey barbón de bastos. Eso quería decir que se encontraba entre dos mujeres y que de una no tendría nada mas que su desprecio, altivez e indiferencia posiblemente hasta su sevicia y la otra siempre solicita lo esperaría, era una buena mujer que no le exigiría nada y eso si podía darle todo a cambio. Es más el lecho de esa mujer podía hasta ser curado Lo desgraciado para él, era que debía elegir en ese momento a una de las dos, que no podría convivir con las dos y de esa elección dependería gran parte de su futuro amoroso. La última frase se la dije con temor.

Como vi que con las anteriores proposiciones aquel taliban inconfeso se desfondaba, supe que iba acertando, fui un poco más allá con suerte de echarlo todo a perder por exagerado, pero no fue así porque cuando terminé, él ya tenía las manos en la cara y se frotaba su horrible barba, decía algunas palabras en un idioma extraño y veía al cielo que en ese caso correspondía al techo lleno de hollín de la taberna que nos cubría. Entonces acerté- le dije ahora quiero mis dos años viejo y no te voy a dejar en paz hasta que me los des, apreté en mi saco con el antebrazo derecho la bolsa donde tenia el revolver, sin que el lo notara, pensaba que no tenía porque usarlo, mucho menos para obligarlo a pagarme una apuesta tan absurda, solo era para divertirme, pero sentir el cuete tan cerca de mi axila, raspándose con mis costillas, hacia sentirme como un hombre acabado, capaz de sacarse un tiro, un hombre con muchos huevos para acabar pronto; cada que sentía la cacha le sonreía un poquito y si tenía un cigarro en la boca después de darle una calada entrecerraba el ojo izquierdo en la medida que absorbía el humo, eso me hacia sentir en lo particular como un viejo lobo de mar que lo tenía todo controlado y que del miedo no sabía nada. Sígueme me dijo y pagó la cuenta.







Cuando llegamos a su casa y después de tocar la puerta una mujer nos abrió. Tenía un bebe entre los brazos el cual, el turco tomó con demasiada soltura, esa manera me hizo reparar en que en el trayecto del bar a la casa un extraño aire de seguridad lo envolvía. Así paso a cinco centímetros de un tranvía que le hecho el claxon en cima, paso a unos tres centímetros de un ciclista y el no hizo caso de nada. Las dos veces yo pare, las dos veces pensé que el que en realidad estaba borracho era él. Pero pensándolo bien Iham más bien actuaba como si supiera que de esa forma tan vulgar no iba a morir. Si hubiera sido un poco más analítico, si hubiera puesto más atención en esos detalles le hubiera creído y no lo hubiera etiquetado como un taumaturgo de alcantarilla que había nacido de una coladera como una rata esa misma noche para entretenerme.
El turco tomó al bebe en un solo brazo, me invito a pasar viéndome fijamente a la cara, la mujer se hizo a un lado y me hizo una reverencia algo pasada de moda. Parecía que me esperaba. Al pasar aun lado de ella sentí un escalofrío, mi respiración se aceleró, pero ahí estaba bien oculta y lista para ser desfondada, mi pistola con todos sus tiros, como si fueran seis marranos a punto de destetarse, sentí el arma pesada como una puerca recién parida y algo vieja, lista para el matadero y como aquella mujer un poco pasada, la sentí vieja, oxidada inmanejable.



Seguí hasta un corredor largo y poco iluminado que terminaba en una puerta de madera pintada de de negro, astillada al centro, desgastada en los bordes. Por la brusquedad con la que hasta entonces había manejado al bebe, este se despertó y empezó a berrear, volteé a ver a la mujer que me guardaba la espalda pero ella no me veía, miraba hacia el suelo. Metí la mano al bolsillo. El turco entró al cuarto abriendo la puerta con una llave que hizo mucho barullo, los gritos del bebe comenzaron a molestarme.

En el fondo de ese cuarto casi oscuro había solo una cama ultrajada que parecía había sido robada de un sanatorio de mala muerte, las esquinas conservaban poco de una pintura otrora blanca, en el cuarto no había mas que esa cama y una sola lampara de neón amarilla que se apagaba y al encenderse hacia ruido de corto circuito. No alcancé a distinguir el color de las paredes, pero si vi bajo la cama una bacinica y lo que más me asustó, cuatro pares de zapatillas negras ¿Qué como las conté? Pus porque había algo en la cama que no quería ver y preferí contar, distraerme.






La mujer que estaba tras de mi cerro la puerta, apreté el mago de mi pistola, sentí como y de tanto sudor que de la entrada al cuarto había acumulado, de la palma de mi mano un dedo podía irse de bruces al gatillo, solté el mago por medio de tener un accidente, cualquier resbalón implicaría un disparo estúpido-suicida, el cañón según yo me apuntaba directamente al páncreas, a mi saber no hay cura para enfermedad o afección pancreática, mucho menos trasplantes. El turco se dirigió alo que no quería ver que estaba en la cama, la sangre se me estaba agolpando alrededor del páncreas, el corazón se me había bajado interponiéndose entre él y el revolver, podía sentirlo dando tumbos. Hijo de puta corazón siempre de victima y mártir, siempre haciéndose el héroe, dejaba sus funciones vitales para recibir la ráfaga. El niño no dejaba de llorar y la cosa esa que estaba en aparente descanso comenzó a moverse como si fuera un gusano agarrado por la cintura. A mi espalda una palabra sonó como una sentencia, y encontró eco en la voz de Iham que pronunció otra. La mujer se me adelantó, diciendo lo que a mi parecer era una rezo, el turco puso delante de si al bebe y comenzó a moverlo en círculos hacia arriba y hacia abajo, se lo aproximaba al pecho y lo alejaba. El bulto comenzó a gritar y fue cuando le vi la cara, saqué la pistola apuntando al suelo. Ahora el corazón se me había resbalado hasta los calcetines, lo sentía en la punta de mi pie derecho, el pulso se volvió el epicentro de un sismo trepidatorio, el corazón recorriéndome en un movimiento oscilatorio los converses, como si esperara recibir una bala que de dejarla pasar se haría daño contra el suelo. Pobre bala. Pobre corazón tan idiota. El ente ese era un hombre con cabello largo, lleno de rasguños en la cara, con supuraciones alrededor de la boca, con los ojos hinchados y los dientes rotos.

Pero también era una mujer a la que le podía ver el pecho izquierdo, un pezón parado y ennegrecido como el de una perra amamantando, una teta afilada que el andrógino ese intentaba chuparse sacando la lengua como si fuera una serpiente ganosa a la par de que me veía, se reía, sus ojos eran negros y amarillos, acuosos y penetrantes, me dijo en español:
¿Tú que haces ahí pendejo? ja,ja,ja, Si te estás zurrando de miedo ja,ja,ja ¿Qué quieres aquí mierda? ¿Puta escoria, bazofia, aborto, estas aquí porque tu puta madre te maltrataba? ¿Por qué a tu pinche padre le importa más el perro que saca a pasear al parque los domingos? Tú bastardo ¿Te sientes muy solito e incomprendido saco de basura? Te sientes terriblemente solo y soberanamente inteligente y desaprovechado, mequetrefe. Imitador de bohemio ¡Dispara si te sientes tan machito ¡Anda pelele dispara!- Iham me vio, me dijo que no hiciera caso, yo ya le apuntaba a la cara ¿Qué es esto Iham?



Le pregunté con la voz de un niño, como si mi voz quebrada ala vez insinuara, voy a llorar. Pero antes de llorar me cargo a esta hija de la chingada. Y supe que tenía que jalar el gatillo. Baja el arma dijo Iham. El bebé lloraba más. No, dijo la señora a mi lado con acento en cualquier lengua ¡El bebe lloraba aún más, gritaba! Y el esperpento tomo forma, se erigió, media dos metros o tal vez tres, estoy seguro, también pensé que no iba a poder soltarse. Se reía, todo su cuerpo se reía de mí, comenzó a escupir y a jadear. Las amarras salieron volando mientras Iham me decía baja el arma, la araña esa se precipitó sobre el turco del que ya no oí mas palabras y del cual solo pude vislumbrar en aquella penumbra que afanosamente intentaba proteger con su cuerpo al bebe, lo cubría con su barba. La mujer se abalanzó sobre aquella aracné, justo cuando yo decidí ayudarlos, cerré los ojos viendo aquella pelea informe, solté el primer disparo. No se oyó nada, solo el llanto del bebe que parecía era aplastado. Gritos de sirena, gritos de harpías, el grito ahogado un leviatán precipitándose a un abismo submarino, las gorgonas ahogándose, una tras otra arrancándose los ojos, comiéndose unas a otras. Todos estos sonidos que no había oído me pareció escucharlos a la vez.

Me oriné. Y disparé mi revolver. No tenía balas o estaba encasquillado, una dos cinco veces, tomé el revolver por el obús y se lo avente a la deformidad aquella, sentí como el corazón se me iba por la orina, como se había vuelto un palpitar líquido que se me salía mientras la chis me llegaba a los tenis. Salte a la trifulca para tomar parte de la suerte de mis compañeros desconocidos, a lo que fuera pude agarrarle las piernas. Su fuerza era kilométrica comparada con la mía de apenas unas pulgadas.

Solo sé que el niño no dejaba de gritar y la mujer le mordía el brazo a aquel intento de Erinia y luego continuaba hacia el cuello. El turco ya no se movía pero tampoco dejaba que la basura aquella le quitara al niño de los brazos.
Comencé a morderla. Veras como este imitador de viajero te come y luego te vomita zorra -pensé- cerrando los ojos, sabía a salchicha con tocino, a carne quemada y frita, bien aderezada. Los gritos dejaron de importarme, jalaba sus piernas hacia mí, con toda la fuerza que el miedo me permitía utilizar, apretaba mi mandíbula contra sus piernas y luego jalaba, la rasgué, me atraganté del adefesio ese, le di mas de tres mordidas seguidas, sangre olor a orina, saliva diluida y lágrimas a eso sabía; nada mal. Un disparo, un estruendo, una tormenta de disparos que no me dieron a mi. El bebe no lloraba cuando abrí los ojos. El hijo de las diez mil putas se reía, jugaba con la barba del turco de la cual parecía nacer como si aquel pelambre lo hubiera protegido todo el tiempo, como si cada cabello se hubiera convertido en un cable que nunca le dio oportunidad al monstruo ese de llevárselo. Iham no se movería más.

No hubo más movimiento. Todos dejamos de movernos excepto el bebe. La mujer tenía mi pistola en sus manos. Asolada, aterida y maguada. El bebe se liberó de la barba inerme del turco, gateando hasta mi. Pude verle la cara: era una niña hermosa. Me dirigí hacia la mujer le quité mi viejo MR 73. El bebe me seguía, me fui hacia la puerta mientras la bebe me veía. Antes de salir volteé a verla, me dio las gracias…

                                                                                                                                                 Por: Betistofeles

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